Texto de Ramón Bujalance
Revista Tambriz • nº 6
¿Qué tiene lo clásico que a unos asusta y a otros gusta? ¿Por qué existe esa paradoja? Un coche clásico gusta a todos por sus líneas, su motor, su belleza… un reloj clásico por su funcionamiento, por su finura… un libro clásico parece que da miedo tomarlo en nuestras manos y leerlo.
Sin embargo, no todos los clásicos son aquellos que cogen polvo en viejas estanterías en casa de los padres aunque hay que destacar que seguro que se pueden encontrar en ellas a escritores como Homero, Virgilio o Platón que son mucho más cercanos de lo que se pudiera imaginar. Estos tres escritores y sus obras se han salvado del gran enemigo de toda cultura que es el de ser olvidados. Los clásicos pueden ser también, y se ha demostrado en diversas ocasiones, flamantes lecturas del siglo XX que tantas buenas obras ha dejado para alegría del lector.
Cuando se habla de clásicos, la mente corre cientos de años atrás para pensar en Romeo y Julieta de Shakespeare, Oliver Twist de Dickens, Tom Sayer de Mark Twain, Cumbres Borrascosas de Emily Jane Brontë, Los miserables de Victor Hugo, Platero y yo de Juan Ramón Jiménez, Ficciones de Jorge Luis Borges o Viaje al centro de la tierra de Julio Verne.
No obstante, en este último siglo, libros como el del autor americano nobel de literatura Conrad Mcarthur La carretera, Lolita de Vladimir Nabokov o Tokyo Blues de Haruki Murakami nos indican que existen los clásicos más allá de esos otros.