Texto de Tania Abril
Ilustración de José Villena
Revista Tambriz • nº 7
¿Quién teme al lobo feroz? Se preguntaban los tres cerditos en un alarde de valentía fugaz. El lobo tampoco pintaba muy bueno en Caperucita Roja, ni en El lobo y los siete cabritillos o, incluso, en Pedro y el lobo. En todos estos cuentos infantiles este personaje es el villano, víctima de la tradición oral y narrativa que se relacionaba con el peligro, la maldad y la traición.
El origen de este estereotipo transmitido en la literatura infantil de distintos países se debe a que los campesinos, a quienes se les atribuye este mensaje, tenían en el lobo la principal amenaza para sus rebaños por lo que crearon historias que reflejaban sus temores durante las largas horas de pastoreo y el miedo a aventurarse en bosques y ser devorados por manadas de lobos hambrientos. Años después, en el siglo XIX, escritores como los Hermanos Grimm, Perrault o Andersen recopilaron todas esas fábulas, con el objetivo de rescatarlas del olvido.
Algunas historias modernas han cambiado ese rol del lobo malo. Un ejemplo es El libro de la selva de Joseph Rudyard Kipling, donde una manada de lobos acoge a Mowgli dándole cobijo y protección. Otro ejemplo de lobo bueno es la historia de Jon Scieszka de Los tres cerditos, en la que el lobo quería hacerle una tarta de cumpleaños a su abuelita. O el cuento de La ovejita que vino a cenar de Stev Smallman. Más reciente es el cómic Aullidos en Sierra Morena (12-18 años) que narra el regreso de Signatus (un superhéroe o superlobo, según se mire) a Sierra Morena, donde se enfrenta a un malvado perro asilvestrado que quiere incendiar el paraje natural. El cuento Lobeznos en Sierra Morena (3 a 6 años) del cordobés Miguel Cerro, busca transmitir la idea de que existe la posibilidad de convivencia entre animales de granja y animales salvajes como el lobo, que se libra de su destierro, precisamente, por la confianza del resto de compañeros.