Texto de Tania Abril

Revista Tambriz • nº 3  

Película o libro. Éste es el continuo debate donde casi siempre la novela gana la batalla, sobre todo para quienes aman la lectura. Precisamente, el 10 de noviembre, coincidiendo con el Día de las Librerías, el mundo del libro y el cine se dieron la mano en el estreno de la película de Isabel Coixet en los cines españoles de su obra La librería, basada en la novela homónima de Penélope Fitzgerald.

Un texto dramático que reivindica un profundo amor por los libros, por la lectura de obras como Crónicas marcianas o Fahrenheit 451 de Ray Bradbury o a aquellos ejemplares que causaron polémica como Lolita de Nabokov, y que en el film mantiene a parte de la población enganchada al escaparate de la librería y a la otra mitad escandalizada por su contenido.

Lo cierto, es que hay libros anteriores a estos que también fueron censurados como El diario de Ana Frank de Ana Frank (1942-1944); 1984 la obra de George Orwell (1947-1948), una de las novelas más vendidas de la historia pero estuvo censurada por ser una obra pro-comunista con material sexual explícito y que planteaba la idea de que el futuro traerá una sociedad totalitaria, manipulada por el gobierno y vigilada constantemente por El Gran Hermano; El Guardián entre el centeno de J. D. Sallinger (1951) fue criticado por el uso de un lenguaje ofensivo y las referencias al tabaco, el alcohol y la prostitución, así como por retratar sin tapujos la sexualidad y la ansiedad adolescentes.

Treinta años después de su publicación fue el segundo libro más estudiado como lectura obligatoria en los institutos estadounidenses. Otro de los libros que generó polémica y estuvo prohibido en la Unión Soviética hasta 1940 por supuesto “ocultismo” fue Las aventuras de Sherlock Holmes de Sir Arthur Conan Doyle (1887), una novela que cumple 130 años y que cuenta la historia de, quizás, el detective más famoso del mundo, traducido a numerosos idiomas y uno de los personajes cinematográficos más interpretados, todos ellos con su eterna pipa en los labios y su inconfundible gorra de doble visera. De hecho, obras teatrales, series televisivas y radiofónicas, dibujos animados, cómics y videojuegos han hecho del investigador un icono reconocible al instante.

Artículo completo en el nº 3 de la Revista Tambriz